En el momento en que este texto se escribe, le quedan al autor dos días, ocho horas y cuarenta y ocho minutos para acabar de mandar cartas desde Hungría en su Magyarpost particular. Dos días, ocho horas y cuarenta y ocho minutos para tener suelo mediterráneo bajo los pies y abrazar a la familia y a los amigos. Pero antes de eso tiene tiempo el autor de hacer examen de conciencia y de repasar los que a él le ha acontecido. En resumen, para ir acabando,
- se ha bañado en una piscina con el agua a cuarenta grados mientras se le deslizaban copos de nieve por la cara,
- ha visto, mientras bebía vino dorado de Tokaj, a un japonés sin más vestimenta que un calcetín tapándole los genitales, y con el tórax pintado imitando la forma de algún insecto, bailando y dando brincos ¡Qué kafkiano todo!
- ha contado las estrellas del cielo de Budapest hasta llegar a la asombrosa cifra de trece (y sin culpar a la tan vilipendiada contaminación lumínica),
- ha compartido mesa con una niña de nueve años que vive con su abuela y que no ve a su madre, que trabaja en Londres, hace dos años,
- en un mismo día, un grupo de neonazis le confundieron con un gitano y la policía con un neonazi,
- ha dado matarile a un cochino con un gorro de piel sovietiquísimo en la cabeza (y seguro que sacado del lomo de alguna especie protegida),
- ha bebido palinka casero de melocotón con un hombre enamorado del farwest, con pretensiones de cow-boy, sin más pasión que los caballos, con chupa con bandera de la "Navy Jack" bordada y todo, y que ahorra parte de su subsidio de desempleo para comprarse un potro al que domar,
- ha formado parte de un grupo de creativos-mentes inquietas que intercambiaban ideas sobre música, cine, literatura, política, religión... en los bajos de una bar judío donde se sirve un kosher estupendo,
- ha tenido tiempo hasta de enamorarse,
- piensa que no le queda literatura latinoamericana protagonizada por dictadores y caudillos sin leer. Monomanía, piensa,
- ha conocido a una alemana con zapatillas converse que estudiará teología para convertirse en sacerdotisa de la iglesia protestante (y dice sacerdotisa por no decir pastora, que no le suena ni bien ni políticamente correcto),
- ha aprendido a preguntar en húngaro por dónde se va su casa sin entender la respuesta,
- se siente orgulloso de haber cocinado platos húngaros que le recuerdan a la olla española de su madre,
- se ha dejado barba, que dicen le da aspecto bohemio. Tiene amigos románticos,
- ha cantado el " dicen que Budapest es muy bonito por las noches" ante la audiencia apretujada de un tranvía,
- ha comprobado, mientras tenía la cabeza llena de cálculos y cambios de divisa, la presencia constante de la basura en Rumanía, del ejército en Serbia y de Juan Pablo II en Polonia,
- ha descubierto que el programa de lavado rápido de su lavadora ni lava ni es rápido,
Y, para ir acabando, firma:
En Budapest, el primero de julio de 2009.
Los tacones
Hace 10 años