11/12/08

La tribu

Cada día, de camino a casa, en uno de los tres cambios de autobús o tranvía, el que escribe se encuentra siempre con la misma fauna. Puntuales, las viejas con perlas de nácar y tocados del esplendor pasado, los pelones con los discursos ardientes y apolillados de Hitler en la melodía de sus teléfonos, los borrachos con barba semanera, los yuppies junior con sus attachés de piel y plumas Mont Blanc... y yo, tomamos el bus 85, en Örs vezér tere, con destino a Köbánya-Kispest, a las 17:30.

Me fijo en la pareja de góticos que se sientan siempre en la tercera fila de asientos. Él, con la melana suelta dando forma a los hombros, ocupa la plaza de pasillo. Su compañera, adornada con una estrella invertida enmarcada en un pentágono, con unos ojos verdes de ninfa que miran desde la profundidad de su maquillaje, se distrae con la vista de la ventanilla en los descanso que le dan al amor.

Y me doy cuenta de la capacidad de las mujeres para que parezca como si las cosas más antiguas del mundo las acabasen de inventar ellas mismas. De lo burro que serían los machos si no fuese porque, al final, la batuta la tienen ellas.

Los días que se dan a la pasión, ella marca el paso. Como todas. Los días que arruga el ceño, que dice no me vengas esas, que por qué le miras el trasero a la otra... se enfurruña, le da el hombro a falta de lugar para la espalda, dice que no hay tu tía, y responde con monosílabos -y eso que no hay forma de decir sí en húngaro si no es con las dos sílabas i-gen- a las súplicas del otro . Como todas.

Todas las tribus, las de aquí y las de allá, comparten mecanismos. Como las madres, va a resultar que tribu no hay más que una.

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