2/12/08

Récord mundial

No precisa de antenas en su azotea para convertirse en el edificio más alto del mundo, título que ostenta por casi veinte años años. No es el Taipei 101 de Taiwan, ni las Petronas de Kuala Lumpur. El Bjur de Dubai nunca alcanzará esa altura. Está en Pécs, al sur de Hungría, y es efectivamente el edificio más alto del mundo, con la condición de que sea el edificio más absurdo, inutil e irracional que haya parido la mesa de un arquitecto.

A mediados de los sesenta, en una demostración de innovación sin precedentes, ingenieros húngaros desvelaron al mundo la que sin duda sería la novísima y sin par revolución en las tecnicas de construcción de la centuria presente y de las que estuvieran por venir. La piedra filosofal de la arquitectura, una nueva forma de concebir viviendas. Un nuevo triunfo del pensamiento socialista, un hito en la historia de la ciencia proletaria. Ladrillos a base de arena compactada.

Las cabezas pensantes se coronaron con laureles. Sacaban pecho al tiempo que metían tripa para recibir medallas e insignias. Lo habían conseguido. Con esa nueva idea, levantar rascacielos más altos que los de occidente sería mucho más fácil. Para construir viviendas sólo se necesitarían bravos y tenaces obreros socialistas, nunca más habría que depender del precio de los ladrillos cocidos.

Parecía que hubiesen inventado un ingenio parecido a la pólvora, o la pólvora misma. Mucho más que la pólvora. Se apresuraron a producir ladrillos de arena en masa. Los aplicaron a las viviendas de protección, a los colegios, a los museos, a los hospitales, a las oficinas.

La realidad, tozuda y, pensarían, contrarrevolucionaria, demostró la evidencia. Un edificio a base arena, por muy compactada que esté, no deja de ser arena. Se comprobó que las estructuras levantadas con la nueva técnica eran porosos castillos de naipes, vulnerables a la lluvia, inseguros para sus ocupantes. Y tuvieron que vaciarlos y clausurarlos.

Tiene 25 plantas, 25, desocupadas desde los 80, en las que se han invertido millones para evitar que se desplomen. La policía vigila en las puertas que nadie vaya a meterse en esa trampa de arena. El ayuntamiento de la ciudad colgó el cartel de se vende hace un año, y sigue a la espera de que algún incauto compre una duna con habitaciones. Mientras se cae o deja de caerse, Pécs está en el Guinness. El Guinness de la tontería.

1 comentario:

Marc dijo...

jajajajajjjaja "Ups", debió de ser la reacción del arquitecto al ver los efectos de la lluvia. Y mirar para otro lado...
Aunque cómo te gusta dar palos! Lo bueno es que da risa...