15/12/08

Fondos bajos

Dos tipos de vía urbana son los que el peatón de Budapest tiene a disposición para caminar: las utca, calles y travesías pequeñas, y las út, avenidas y bulevares de mayor entidad. Para cruzar una de estas út existen túneles y pasos subterráneos que generalmente discurren bajo las tér (plazas, glorietas) y coinciden con los accesos al metro.

Estas galerías sirven de punto de encuentro, de refugio en caso de lluvia, de dormitorio..., polifacéticas y multiusos, se puede encontrar a gitanas que venden chocolatinas a grito pelado o que piden limosna para una inexistente asociación benéfica o protectora de animales abandonados o para un hijo ciego; a hortelanos con gorros forrados de piel de chivo que ofercen, en silencio, pimientos verdes, rojos y amarillos; a una pareja de ancianos, bajitos, que se calan sus sombreros de ala corta y tocan violín y acordeón, sonriendo; a viejitas que se cubren la cabeza con pañuelo y venden flores, ramitos, chucherías, guantes.

Los que no faltan a su cita con el paso subterráneo son los borrachos, los mendigos o la combinación de ambos. Han hecho de las galería su refugio, su castillo, donde duermen, piden limosnas, cantan, pelean, gritan, lloran, se consuelan, ríen, vuelven a llorar, vuelven a reir. Su actitud es indiferente al trasiego de viandantes y sus prisas, a los tropiezos y descalabros de sus compañeros.

Tal es así que incluso cuando alguien se atreve a ocupar su reino a medio camino del inframundo actúan como si con ellos no tuviera que ver, como si todo lo que ocurre en su caverna fuese poco menos que irreal y ficticio, irrelevante para unas vidas por las que el tiempo dejó de correr y contar.

Se apostaron un grupo de apóstoles-artistas, predicadores ambulantes con una cruz de madera desmontable (que, como los aparatos de gimnasia de las tele-tiendas, bien puede recogerse debajo de la cama) remachada de clavos en los que colgaban carteles, "sida", "depravación", estratégicamente salpicados de pintura roja para darle el toque de realismo, que se decían miembros de la iglesia del Espíruto Santísimo del Novísimo Evangelio de la Voz Viva, o algo parecido en nombre e hilaridad, en intento de sumar acólitos y atraer adeptos a su secta. Llamaban a los que cazaban de tú, les contaban sobre sus experiencias carismáticas personales en los conventículos de su comunidad e informaban del lugar y horas de reunión para la comunión, animando a acercarse para descubrir un poco más sobre la única verdad del mundo que no está más que en las notas al pie de sus biblias.

En estas estaban los predicadores, hablando del amor del Hijo y de la benevolencia del Padre, cuando, ante su asombro, uno de tantos pobres diablos, cuajado de tiñas y bronceado de mugre, con dirección postal en el paso subterráneo, se cagó en los pantalones y, sentado, se ayudó de sus brazos para cruzar de una punta a otra la galería, arrastrándose y fregado el suelo de mierda. Atónitos miraban cómo pudo realizar tal proeza, de dónde sacaría las fuerzas, impotentes al ver que la clientela se espantaba a medida que el olor se hacía insoportable.

Se levantó el borracho con la gravedad de sus heces tirándole hacia el suelo, se apoyó en una columna y se quedó dormido. Los predicadores recogieron los bártulos y devolvieron su espacio a las gitanas del chocolate y a la del hijo ciego, al dúo de viejos del violín y acordeón, a las de las de las flores, al trajín de viajeros. Se fueron los que nos invitaban a salir del mundo de las sombras para ver la luz, y con su marcha, empezamos a ver. A ver como ven los topos y las lombrices. Platón a muerto.

11/12/08

La tribu

Cada día, de camino a casa, en uno de los tres cambios de autobús o tranvía, el que escribe se encuentra siempre con la misma fauna. Puntuales, las viejas con perlas de nácar y tocados del esplendor pasado, los pelones con los discursos ardientes y apolillados de Hitler en la melodía de sus teléfonos, los borrachos con barba semanera, los yuppies junior con sus attachés de piel y plumas Mont Blanc... y yo, tomamos el bus 85, en Örs vezér tere, con destino a Köbánya-Kispest, a las 17:30.

Me fijo en la pareja de góticos que se sientan siempre en la tercera fila de asientos. Él, con la melana suelta dando forma a los hombros, ocupa la plaza de pasillo. Su compañera, adornada con una estrella invertida enmarcada en un pentágono, con unos ojos verdes de ninfa que miran desde la profundidad de su maquillaje, se distrae con la vista de la ventanilla en los descanso que le dan al amor.

Y me doy cuenta de la capacidad de las mujeres para que parezca como si las cosas más antiguas del mundo las acabasen de inventar ellas mismas. De lo burro que serían los machos si no fuese porque, al final, la batuta la tienen ellas.

Los días que se dan a la pasión, ella marca el paso. Como todas. Los días que arruga el ceño, que dice no me vengas esas, que por qué le miras el trasero a la otra... se enfurruña, le da el hombro a falta de lugar para la espalda, dice que no hay tu tía, y responde con monosílabos -y eso que no hay forma de decir sí en húngaro si no es con las dos sílabas i-gen- a las súplicas del otro . Como todas.

Todas las tribus, las de aquí y las de allá, comparten mecanismos. Como las madres, va a resultar que tribu no hay más que una.

2/12/08

Récord mundial

No precisa de antenas en su azotea para convertirse en el edificio más alto del mundo, título que ostenta por casi veinte años años. No es el Taipei 101 de Taiwan, ni las Petronas de Kuala Lumpur. El Bjur de Dubai nunca alcanzará esa altura. Está en Pécs, al sur de Hungría, y es efectivamente el edificio más alto del mundo, con la condición de que sea el edificio más absurdo, inutil e irracional que haya parido la mesa de un arquitecto.

A mediados de los sesenta, en una demostración de innovación sin precedentes, ingenieros húngaros desvelaron al mundo la que sin duda sería la novísima y sin par revolución en las tecnicas de construcción de la centuria presente y de las que estuvieran por venir. La piedra filosofal de la arquitectura, una nueva forma de concebir viviendas. Un nuevo triunfo del pensamiento socialista, un hito en la historia de la ciencia proletaria. Ladrillos a base de arena compactada.

Las cabezas pensantes se coronaron con laureles. Sacaban pecho al tiempo que metían tripa para recibir medallas e insignias. Lo habían conseguido. Con esa nueva idea, levantar rascacielos más altos que los de occidente sería mucho más fácil. Para construir viviendas sólo se necesitarían bravos y tenaces obreros socialistas, nunca más habría que depender del precio de los ladrillos cocidos.

Parecía que hubiesen inventado un ingenio parecido a la pólvora, o la pólvora misma. Mucho más que la pólvora. Se apresuraron a producir ladrillos de arena en masa. Los aplicaron a las viviendas de protección, a los colegios, a los museos, a los hospitales, a las oficinas.

La realidad, tozuda y, pensarían, contrarrevolucionaria, demostró la evidencia. Un edificio a base arena, por muy compactada que esté, no deja de ser arena. Se comprobó que las estructuras levantadas con la nueva técnica eran porosos castillos de naipes, vulnerables a la lluvia, inseguros para sus ocupantes. Y tuvieron que vaciarlos y clausurarlos.

Tiene 25 plantas, 25, desocupadas desde los 80, en las que se han invertido millones para evitar que se desplomen. La policía vigila en las puertas que nadie vaya a meterse en esa trampa de arena. El ayuntamiento de la ciudad colgó el cartel de se vende hace un año, y sigue a la espera de que algún incauto compre una duna con habitaciones. Mientras se cae o deja de caerse, Pécs está en el Guinness. El Guinness de la tontería.