3/11/08

Los mercaderes en el templo

No soy de visitar los cementerios. Dicen que en América las familias van a las necrópolis los domingos de pic-nic, que son lugares para pasear los días de sol de invierno y los días de nubes de primavera. Una losa de marmol con las dos fechas de rigor plantada en el suelo advierte que fulano de tal descansa dos metros por debajo.

Los cementerios de Europa son diferentes. Trazados a escuadra y cartabón, dibujan calles, amontonan nichos, y en ellos queda el recuerdo desperdigado de panteones góticos, renacentistas, barrocos, neoclásicos. Nada que ver.

El cementerio de Budapest es enorme. Los nichos, de 20x20x20, para cenizas, algunas tumbas en tierra - las hay de gusto exquisito, llenas de enredaderas que engarzan sus ramas a los nombre grabados en el mármol. Otras, con obeliscos ridículamente pequeños para la pretendida grandeza sobre la que se levantan; otras, con ángeles que, aunque asexuados, tienen dos montañitas muy proporcionadas a dos cuatras de las caderas.

Hay también una interesante parcela para recordar a los turcos que murieron en el 17, a las órdenes del sultán, en las filas del imperio, durante la I Guerra Mundial. Una columna (¿dórica?), de la que cuelga una ligera girnalda, se erige en un pedestal muy digno con una suave inscripción, flanqueda por las banderas turca y húngara.

Si me acerqué al cementerio fue para ver las luminarias del día de Todos los Santos. Mezcla de morbo y esoterismo, me atraía la estampa de un camposando iluminado por el hálito anaranjado de las llamas de las velas.

Y, ¿qué me encuentro? Mercaderes. Las avenidas que van a dar a las puestras del cementerio las habían ocupado floristas, cereros, marmolistas, hasta carritos de lazos salados, hot-dogs, hamburguesas y refrescos. Los ramos de gladiolos, rosas, jacintos, se mezclaban en un orgía multicolor poco apropiada para la escena. Gritaban ofertas y precios, narcisos bonitos, me quedo sin ellos, al rico perrito, oiga, al rico perrito. Restaurantes itinerantes, con estructuras de chapa desmontables, ofrecían comidas de cuchara y cerveza a 140 florines la jarra.

Tras los muros, pensé, es reino de clama y respeto. Tras los muros, descubrí, es el mismo reino de los hombres: más flores, velas y mármoles a la venta. Eso sí, no había viandas para comprar: se habían sustituido por un cartel con los precios de nicho o parcelita. Al año. Para los previsores.

¿Qué pensarán los muertos? Algo menos que los reos de la cárcel, que hace pared con el cementerio. Las voces y el trajín habrán roto la monotonía de su presidio. Los privados de libertad estarán disfrutando de los ruidos que provocan los privados del todo. Los de un lado están tan encerrados como los del otro. Pero tras las rejas llega le brillo de las voces y las velas, no tras la tierra.

Nota: Estuve buscando la tumba de Puskas. Me indicaron que no estaba ahí, que su cuerpo descansa en una catedral.

3 comentarios:

Marc dijo...

Nunca se me hubiera ocurrido ir a vender perritos calientes al cementerio,pero será q funciona...

Fl dijo...

Perritos, con su ketchup y su mayonesa. Un espectáculo

Peter Pánico dijo...

Maldito profanador! XD
Por cierto, qué me dices de Obama...? xD