20/10/08

Al compás del silencio

Cuando se planificó el metro de Budapest, litros de palinka fluían de botellas a vasos de ingenieros y políticos. O eso parece. Tiene sólo tres líneas y confluyen en un único y céntrico punto, Deák Ferenc Tér. Ir en metro de Köbánya-Kispest (en el extremo de la línea azul) a Örs Vezét Tere (última parada de la línea roja) supone 17 paradas, 16 kilómetros en línea recta. La distancia real entre esos dos puntos es de 3 km. También es extraño la forma en que se planificaron los accesos: Las escaleras mecánicas conectan en un solo tramo el control de tickets con las plataformas de los trenes - se puede tardar más de un minuto en subir al acceso superior, en el lento y mecánico marchar de estos ingenios.

Lo que sin duda no tiene explicación es el silencio de los viajeros. Miércoles, 8 a.m, Deák Ferenc Tér. Desde las primeras estaciones, los vagones se desplazan sobre las vías como las latas de sardinas en las cintas de las conserveras: milimétricamente llenas. La cinta de la megafonía (un murmullo saturado, en mono, no en estéreo) anuncia la siguiente parada. En el andén, rumor de zapatos, alguna tos. Nada más. Los que utilizan el teléfono, susurran su conversación a la oreja del aparato. Una masa silenciosa se desplaza uniforme envuelta en el silencio total y definitivo. Banco de peces en el silencio del océano profundo.

Era un día laborable, muy temprano, dirán los suspicaces: el sábado a las 10 p.m ocurrió exactamente lo mismo. Intentan explicarlo: "Los latinos tienen un ritmo de vida diferente, es por eso por lo que no entienden"- dice Laszlo, en sus cincuenta, profesor de lengua y literatura húngaras. Laszlo tiene el pelo cano y una cortinilla por flequillo, que se mueve y se balancea, que recuerda a Pepe Oneto."Cuando se acabó el socialismo, hubo una explosión de alegría los primeros años. Luego la gente se dio cuanta de que la vida era real, y que había que ponerse a trabajar. Y en esas estamos".

Hay paradas de metro en las que el silencio descansa, y una tormenta de voces, de tonalides y de acentos se precipita en los viajeros. Como en Klinikák, en el distrito VIII. Cerca de esta estación están el hospital universitario y la facultad de medicina, y a través de ella llegan los estudiantes. Muchos de ellos de intercambio, de todas las partes del mundo, hablando en alemán, francés o inglés. Americanos, europeos, africanos, del Medio Oriente... Y muchos de ellos se quedan a vivir en el barrio.

Un barrio que empieza ahora a recuperarse del silencio. En los últimos años el gobierno ha hecho lo posible por bajar el volumen a los gritos y desgarrados chillidos de los que ahí vivían. Es frontera del casco antiguo con el Pest moderno e históricamente ha sido un ghetto para gitanos cíngaros. En el VIII se daban cita lo mejor de cada casa: putas, proxenetas, hampones, drogadictos, camellos... de voces roncas. Hoy sube el precio de los pisos en el barrio, al ritmo que el gris da paso a los coloridos jóvenes profesionales de la aldea global. Los estudiantes se mueven a este barrio, y, al compás del desarrollo, vuelven la música y las melodías. El silencio de los gritos desaparece. Piano, andante ma non troppo, allegro. Bendito ruído.

4 comentarios:

Marc dijo...

Entonces el silencio del metro no tiene nada que ver con la educación?

Preciosa crónica...

Antoñete dijo...

Joe tío, cuando te pones a escribir te salen cosas tan bonitas que parece mentira que seas del PP.

Espero que estés bien por aquellas tierras húngaras.

Un abrazo fuerte y felicidades con 2 semanas de retraso

Isa dijo...

Hola, Fer!

Me encantan tus relatos preñados de vivencias y buen entendimiento! :-)

Vuelve a escribir pronto!!!! Ya echo de menos tus palabras!

Un beso muy grande

Antonio dijo...

Muy bonito Fer, qué bien describes lo que ahí sientes. Me ha gustado mucho